Edipo Gonzalo Villanueva
Creonte Sergio Oviedo
Yocasta Alicia Mezza
Tiresias Alejandro Hodara
Corifeo Sebastián Mendez
Apolo/Mensajero/Coreuta Federico Luján
Servidor de Layo/Coreuta Nicolás Sanmarco
Mensajero de Corinto/Coreuta Juan José Barocelli
Sacerdote/Coreuta Juan Sayes
Antígona Eva Matarazzo


Traducción en dominio público Fernando Brieva Salvatierra
Adaptación del texto Melina Perelman / Gonzalo Villanueva
Música original Félix Cristiani
Diseño Gráfico Humberto Costa / Juan Manuel García
Diseño de Vestuario Humberto Costa
Diseño de Luces Viviana Foschi / Gonzalo Villanueva
Realización de vestuario Malvina Aranda
Diseño de movimientos corales Vera García
Puesta en escena Gonzalo Villanueva
Asistencia de dirección Victoria Cabrera
Montaje y Dirección de actores Viviana Foschi

Duración del espectáculo: 60 minutos

Teatro del Abasto
Jefe Técnico - Sergio Cucchiara
Producción - Marian Tonon
Operador de luces - Guillermo Merzari
Dirección Artística - Norma Montenegro


Síntesis argumental

Edipo es el mítico rey de Tebas, hijo de Layo y de Yocasta, que mató, sin saberlo, a su padre y desposó a su madre.
Al nacer Edipo, el Oráculo de Delfos augura a Layo que el recién nacido le daría muerte y desposaría a su mujer. Layo, queriendo evitar semejante destino, ordena a un súbdito que mate a Edipo. Apiadado de él y en vez de matarlo, el súbdito lo abandona en el monte Citerón, colgado de un árbol por los pies. Otras versiones del mito cuentan que sus pies fueron atravesados por un clavo antes de ser atado al árbol.
Un pastor encuentra al bebé y lo entrega al rey Pólibo de Corinto. Mérope, esposa de Pólibo y reina de Corinto, se encarga de la crianza del niño llamándolo Edipo, el "de pies hinchados" por haber estado colgado. Al llegar a la adolescencia y por habladurías de sus compañeros, Edipo sospecha que no es hijo de sus pretendidos padres. Para salir de dudas visita el Oráculo de Delfos. Apolo, también llamado Febo, regente del oráculo le augura que dará muerte a su padre y luego desposará a su madre. Creyendo que sus padres eran quienes lo habían criado, decide no regresar nunca a Corinto para huir de su destino. En el camino hacia Tebas, encuentra a Layo en una encrucijada de tres caminos, discuten por la preferencia del paso y Edipo lo mata sin saber que era el rey de Tebas y su propio padre. Más tarde Edipo encuentra a la esfinge, un monstruo que daba muerte a todo aquel que no pudiera adivinar su acertijo y que atormentaba al reino de Tebas. A la pregunta de cuál es el ser vivo que camina en cuatro patas en el alba, con dos al mediodía y con tres al atardecer, Edipo responde correctamente que es el hombre. La esfinge, furiosa, se suicida lanzándose al vacío y Edipo es nombrado el salvador de Tebas. Como premio, Edipo se casa con la viuda de Layo, Yocasta, su verdadera madre. Tendrá con ella cuatro hijos: Polinices, Eteocles, Ismene y Antígona. Al poco tiempo, una terrible plaga cae sobre la ciudad, ya que el asesino de Layo no ha pagado por su crimen y contamina con su presencia a toda la ciudad. Edipo emprende las averiguaciones para descubrir al culpable, y gracias a Tiresias y el relato del pastor que lo había abandonado en el monte Citerón descubre y corrobora que en realidad es hijo de Yocasta y Layo y el asesino que anda buscando. Al enterarse Yocasta que Edipo es en realidad su hijo se da muerte, colgándose en el palacio. Horrorizado, Edipo se quita los ojos con los broches del vestido de Yocasta y abandona el trono de Tebas, escapando al exilio.


Ensayos previos a la función en el Teatro del Abasto

Estreno de Gala

El estreno de esta versión del texto de Sófocles fue una noche de gala el 8 de diciembre de 2007 en el Gran Templo de la Gran Logia de los Libres y Aceptados Masones de la República Argentina en el marco de su Sesquincentenario. A dicha función, abierta al público en general, asistieron más de 200 personas.
A continuación se exponen algunas fotos de la misma.



Tragedia griega

El origen de la tragedia griega es uno de los problemas no resueltos por la filología clásica. La fuente primaria de este debate se encuentra en la Poética de Aristóteles. En esta obra, el autor recoge documentación de primera mano sobre las etapas más antiguas del teatro en Ática. Los antropólogos han indicado, tal como lo confirma la etimología de la palabra, que se trata de un ritual de sacrificio, en el que se ofrecían animales a los dioses. Esto se hacía sobre todo para obtener buenas cosechas y buena caza. Los cambios astrales eran los momentos cruciales que determinaban la vida de los antiguos: los equinoccios y los solsticios marcaban el cambio de una estación a la otra. En una época prehistórica reciente, tales sacrificios tuvieron que ser transformados en danzas rituales, en las cuales la lucha primordial era de lo bueno (el día, la luz, el verano) contra lo malo (la noche, la oscuridad y el invierno). Triunfaba finalmente lo bueno sobre lo malo.
Señala Aristóteles que la tragedia nace al inicio como improvisación, precisamente del coro que entonaba el ditirambo, un canto coral en honor a Dionisio. Al inicio estas manifestaciones eran breves y de un tono burlesco porque contenían elementos satíricos; luego el lenguaje se hizo más grave y cambió incluso la medida del verso que de trocaico devino en yámbico.
Se puede suponer que en determinado momento en el que el coro entonaba este canto, el corifeo o portavoz del coro, habría sido separado y habría comenzado a dialogar con el coro, convirtiéndose así en un verdadero personaje.
La tradición atribuye a Tespis la primera composición trágica. De esta tragedia se sabe poco, salvo que el coro estaba formado todavía por sátiros y que fue la primera obra ganadora de un concurso dramático.
Los más importantes y reconocidos autores de la tragedia fueron Esquilo, Sófocles y Eurípides que, en diversos momentos históricos, afrontaron los temas más sensibles de su época.
Habría sido Esquilo quien fijó las reglas fundamentales del drama trágico. Se le atribuye la introducción de máscaras y coturnos. Por otra parte, con él la tragedia empieza a ser una trilogía. Con él la representación de la tragedia asume una duración definida (del amanecer a la puesta del sol, tanto en la realidad como en la ficción), y en el mismo día se representa la trilogía, en la cual los tres episodios están relacionados con la misma historia.
El argumento básico de la tragedia es la caída de un personaje importante y su motivo es el mismo que el de la épica, es decir la narración de un mito; pero desde el punto de vista de la comunicación, la tragedia desarrolla significados totalmente nuevos: el mythos se funde con la acción, es decir, con la representación directa surgiendo una acción dramática.
En la Poética de Aristóteles encontramos los elementos fundamentales para la comprensión del teatro trágico, sobre todo los conceptos de mímesis (imitar) y de catarsis (purificación).
En pocas palabras, las acciones que la tragedia representa no son otra cosa que las acciones más torpes que los hombres puedan realizar: su contemplación hace que el espectador se introduzca en los impulsos que los generan, por un lado simpatizando con el héroe trágico a través de sus emociones (pathos), por otro lado condenando la maldad o el defecto a través del hýbris (soberbia o malversación, es decir actuación contra las leyes divinas, que lleva al personaje a cometer el crimen). La mímesis final representa la "retribución" por el crimen. El castigo recibido hace nacer en el individuo que asiste a la representación sentimientos de piedad y terror que permiten que la mente se purifique de las pasiones negativas que cada hombre posee. La catarsis final para Aristóteles representa la toma de conciencia del espectador que, comprendiendo a los personajes, alcanza este estado final de conciencia, distanciándose de sus propias pasiones y alcanzando un avanzado nivel de sabiduría.
La tragedia pone ante los hombres los impulsos pasionales e irracionales (parricidio, incesto, canibalismo, suicidio, infanticidio) que se encuentran, más o menos conscientes, en el ánimo humano, permitiendo a los individuos desahogarse inocuamente, en una suerte de exorcismo en masa.
La tragedia antigua no era solo un espectáculo, como lo entendemos hoy, más bien se trataba de un rito colectivo de la polis. Se desarrollaba durante un período sagrado en un espacio consagrado (el centro del teatro se hallaba el altar del dios). El teatro asume la función de caja de resonancia para las ideas, los problemas y la vida política de la Atenas democrática: la tragedia trata de un pasado mítico, pero el mito se vuelve inmediatamente metáfora de problemas profundos de la sociedad ateniense.
Las representaciones de las tragedias en Atenas se realizaban en las grandes Dionisias, fiestas en honor al dios Dioniso, hacia fines de marzo. Las Dionisias eran organizadas por el Estado y el arconte epónimo, apenas asumido el cargo, preparaba la elección de los tres ciudadanos más ricos a quien les confiaba la "coregia", o sea la organización del coro trágico. En la Atenas democrática, los ciudadanos más acomodados eran responsables de financiar servicios públicos como "liturgias", a modo de un impuesto especial.

lunes, 8 de junio de 2009

EDIPO REY, una versión literariamente hermosa

Edipo Rey, de Sófocles, traducción de Fernando Brieva Salvatierra. Adaptación: Melina Perelman y Gonzalo Villanueva. Elenco: Gonzalo Villanueva, Sergio Oviedo, Alicia Mezza, Alejandro Hodara, Sebastián Méndez, Federico Luján, Nicolás Sanmarco, Juan José Barocelli, Juan Sayes y Eva Matarazzo. Música: Félix Cristiani. Vestuario: Humberto Costa. Luces: Viviana Foschi y G. Villanueva. Movimientos corales: Vera García. Puesta en escena: Gonzalo Villanueva. Montaje y dirección de actores: Viviana Foschi. En el Teatro del Abasto, Humahuaca 3549. Los lunes, a las 21. Duración: 60 minutos.

Nuestra opinión: muy buena

Gracias al doctor Freud, que lo hizo protagonista de su teoría psicoanalítica más difundida, Edipo, el legendario rey de Tebas, se incorporó, a través de la tragedia de Sófocles (una de las siete que perduran del autor, sobre un total de ciento treinta), al elenco estable de arquetipos de la civilización occidental. Al margen de la interpretación freudiana, sin embargo, la historia de Edipo, contada en dos etapas (la segunda es Edipo en Colono ) por el dramaturgo griego, mantiene una vigencia comparable a la de su secuela más notoria, Antígona . Porque el tema fundamental de las tres obras es compañero inseparable de la andanza humana, desde las cavernas hasta hoy: la consecuencia funesta del poder ejercido ciegamente, sin atender a los mensajes ominosos de la realidad.

Así, ya será tarde cuando Edipo por fin entienda lo que el adivino ciego, Tiresias, y su cuñado, Creonte, le advierten: el rey mismo es culpable de la desolación que hostiga a su pueblo. Es el castigo por los crímenes que cometió sin conocer sus alcances: matar a su padre, Layo, y acostarse con su madre, Yocasta.

Convincente
Los griegos llamaban destino, o fatalidad, al implacable mecanismo de reparación, que los dioses -Apolo, en este caso- ejecutan sin piedad. Esta versión, literariamente muy hermosa, opta por dar al espectáculo un sello casi litúrgico, de ceremonia sagrada. Y lo consigue, entre otros rasgos valiosos, mediante una esencial austeridad, reflejada en el ámbito despojado y las ropas sombrías, con excepción de la reluciente vestimenta de Yocasta, como conviene a una reina semibárbara, y de la áurea máscara de un Apolo imponente.

A los actores se les solicita también una contención que no impide, en los momentos culminantes de la revelación, la convulsión y el grito frente al horror. Yocasta (una eficaz Alicia Mezza) se ahorca y con los alfileres de oro de su manto, Edipo se perfora los ojos. De heroico vencedor de la esfinge, declina a harapo sanguinolento: Gonzalo Villanueva asume dignamente el papel, sin más alardes histriónicos que los necesarios. Sergio Oviedo otorga serena templanza (y su magnífica voz) a un Creonte ecuánime, lejos de la habitual caracterización de villano. Puesto que nunca sabremos cómo se comportaba el coro en las puestas originales de las tragedias griegas, cada director contemporáneo propone su versión: esta, con algo de solemne danza ritual, es convincente. Para tomar en cuenta, un rasgo que no es común hoy en nuestros escenarios: a todos los actores se les entiende perfectamente.

Ernesto Schoo
LA NACION